El “Yo” en la pareja

El amor es la necesidad vital del recién nacido que busca la bienvenida a la nueva vida entre unos brazos que le acunen y unos pechos que le amamanten. El bebé busca ser alimentado, abrigado, protegido… pero además reconocido y aceptado como el ser más maravilloso del mundo.

La primera relación de amor empieza así. Este será el amor incondicional que con suerte la mayoría de nosotros experimentaremos al inicio de la vida, pero también del que necesitaremos aprender a separarnos para desarrollar la capacidad de amar sin miedo más adelante.

¿Seguridad o romanticismo?

Esther Perel, en su libro “Inteligencia Erótica”, establece una primera pregunta que es el eje de su trabajo: ¿Cómo es posible mantener el deseo y evitar el desgaste en la pareja?

Esta pregunta, que articula su investigación, hace que vayan surgiendo otras preguntas tales cómo: ¿Podemos sentirnos libres y a la vez comprometidos en una relación? ¿Cómo se equilibra la necesidad que tenemos todos de seguridad y a la vez de cambio? ¿Podemos evitar caer en la monotonía?

Las personas nos cuestionamos, antes o después, la relación que mantenemos con nuestra pareja. La pasión normalmente desaparece al poco tiempo, y con ello a veces también la intensidad y la mirada positiva de lo que sucede en el seno de la pareja.

La necesidad con la que la pareja se unió, va cediendo a una relación más “real” en la que “el yo” y “el otro” empiezan a desconectarse y surgen las primeras decepciones: “¿Dónde está él, tan seguro y decidido? ¿Dónde está ella, tan libre y soñadora?” El yo real puede dar al traste con el cuento de hadas y sentirnos defraudados, traicionados, incompletos…

En las historias de amor hay infinitas realidades y hay quienes se mantienen construyendo una y otra vez la pareja. Otros buscarán en un tercero esa ilusión del principio, y hay quienes la sensación de seguridad, para sí mismos y/o los hijos, es preferible que afrontar un período de separación que puede ser difícil.

Sea cual fuere el asunto que genera el conflicto, las parejas de larga duración en un momento de su ciclo vital tendrán que hacerse preguntas para resolver la crisis, inevitable y necesaria, sobre sí mismos.

 

Amor, libertad y soledad

Desde los últimos 50 años, los movimientos sociales, como el feminismo, han dado paso a nuevos modelos familiares y formas de concebir las relaciones. La monogamia, el matrimonio, las parejas que deciden tener hijos, etc. va en decremento y aumenta, en cambio, la necesidad de libertad y una manera distinta de explorar el amor.

Los cambios sociales conllevan cambios en la persona, y el S.XXI es la era del individualismo. El Yo está tan instalado en nuestras cabezas que a veces resulta difícil pensar en el Yo y a la vez en el Nosotros. Este yoismo, sin embargo, no ha eliminado la necesidad de amar y ser amados, ni tampoco el miedo a no ser correspondidos. Queremos tener en el cuerpo esa sensación que solo lo provoca el enamoramiento, y por ello estamos dispuestos a todo incluso a renunciar a la idea que tenemos de la libertad.

La pasión del inicio, que nos mueve interiormente de tal manera que sentimos que vamos a perder el control, es el inicio y el fin del amor. Nuestra cabeza empieza a hacerse preguntas en bucle tales como: ¿y si no me quiere tanto como yo le quiero? ¿y si soy solo un capricho pasajero? ¿y si le gusta otra persona? ¿y si se da cuenta de que no soy perfecto/a? ¿y si no le gusta mi cuerpo? El miedo a la pérdida, a la falta de reciprocidad, a no ser correspondidos, en gran medida nos lleva a querer domesticar el amor.

¿Es posible ser yo en la pareja de larga duración?

¿Es posible volver a conectar con tu pareja con la que convives desde hace más de 10 años? ¿Es posible estar solo y acompañado a la vez? ¿Es posible encontrar a la persona adecuada?

El amor toma diversas formas, a través de distintas personas, que aparecen en nuestra vida para traernos algo. A veces es tristeza, a veces es alegría, a veces es conciencia, a veces son hijos.

La manera en la que nos relacionamos con cada persona conecta con parte de una historia anterior. En esa historia están antiguas relaciones del pasado, pero también la de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc. Formamos parte de una cadena de amores y desamores en la que nosotros somos la última expresión.

Nos conectamos con las personas por algo que viene de lejos, pero también por nuestros deseos más íntimos de realización. En todo ello, hay una mezcla de sabiduría y también de aprendizaje. Sabemos, internamente, que hay muchas maneras de amar, pero solo hay una en la que no nos hacemos daño. ¿Cuál es?

Descubrir cómo podemos estar en una relación de intimidad con el otro y ser uno mismo puede ser uno de los grandes secretos de la vida.

Noelia Estévez

Psicóloga especializada en terapia familiar, apego y trauma

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La importancia del apego para el desarrollo de la autoestima