Bajo la alfombra

Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo.

Federico García Lorca

 

Aquella familia siempre escondía sus problemas bajo la alfombra: secretos, verdades incómodas, deslealtades y asuntos reprobables a la vista de cualquiera.

Ella tenía 10 años cuando surgieron sus primeras grandes preguntas sobre los asuntos familiares. Esas preguntas, al principio verbalizadas en voz alta, fueron desapareciendo a medida que tejía su propia alfombra.

Debajo de esa alfombra, a tan temprana edad, apenas había más que pequeñas mentiras, pero muchos de sus hilos formaban parte de esa gran alfombra familiar.

Cuando llegó a consulta, acababa de cumplir cuarenta años. Había regresado a España después de separarse de su marido y solicitar un traslado de empresa ubicada en Suecia. Regresaba a casa tras 7 años en el extranjero.

Decía haber dedicado mucho esfuerzo a una relación estéril; se había sentido feliz durante los tres primeros años. Sin embargo, él era una persona fría y distante, y poco a poco todo se fue desvaneciendo. Abandonó la idea de ser madre; no tenía sentido tener hijos en un hogar vacío.

Aparentemente fuerte, preparada, funcional e independiente, acudía a terapia porque se sentía insegura. La vuelta a casa de sus padres le había hecho pensar que había dejado muchos asuntos sin resolver del pasado.

Una de sus primeras frases fue: “Creo que hay mucho bajo la alfombra”.

-¿Qué significa esto? - le pregunté.

-Hay un yo conocido fuerte, eficaz, práctico. Pero luego hay un yo oculto que me hace sentir débil, vulnerable e incapaz. Supongo que es un yo más emocional. He aparcado muchas cosas dentro de mí para poder avanzar y seguir adelante. Esto estaba bajo la alfombra, entre otras cosas. Ahora todo se mezcla, no sé dónde empieza una parte de mí y acaba la otra.

Cuando ella hablaba de sí misma, no podía contener las lágrimas. Lloraba y se excusaba.

- Desde que cumplí los 8 años mis padres me asignaron la tarea de cuidar de mi hermano pequeño, le llevo 3 años. Tenía que ayudarle en todo, controlar que no molestara, que no se hiciera daño, que ordenara sus cosas, etc. Siempre he pensado que aquello estaba bien; al fin y al cabo yo soy la hermana mayor. Pero ahora creo que una niña de 8 años es demasiado pequeña para eso. Al hablar de esto, me duele el pecho.

-Y salen lágrimas de tus ojos.

Le resultaba muy confuso explicar qué sentía cuando hablaba de sí misma y de su pasado. ¿Tristeza? ¿vergüenza? ¿enfado?

Había una parte de sí misma desconectada de sus emociones, pero su cuerpo hablaba y me hacía ver que todo aquello era nuevo para ella. Hablar de sí misma. No sé si era tan difícil, como novedoso.

Yo la escuchaba, la miraba con dulzura. Sabía que estaban cayéndose las piedras de un muro fuertemente construido en su interior, aquello a lo que ella llamaba “bajo la alfombra”.

Su manera de mantener un estilo de vida despreocupado, profesional, activo y social en el presente era aparcando sus miedos, experiencias difíciles de la infancia y la relación insegura y tormentosa con sus padres.

El pasado ocupaba demasiado espacio. Dolía, era amargo. Asomarse a esa puerta le generaba vértigo, angustia.

Le sugerí que dejáramos esa puerta solo entreabierta, lo mínimo para que ella pudiera entrar si quisiera. También le dije que para todo eso teníamos tiempo.

Había puertas que debían permanecer cerradas, asuntos que era mejor dejar bajo la alfombra durante un tiempo.

Al finalizar la sesión, mientras la observaba secar sus lágrimas y dar un suspiro de alivio, me di cuenta que había comenzado un viaje. Aunque quedaban muchas preguntas sin respuesta y emociones por explorar, ella había dado un paso.

La puerta entreabierta hacia sus recuerdos era el inicio. Mirar hacía lo que se escondía en su pasado, el paso definitivo.



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Perder la libertad cuando estamos en pareja